Max Carbonell
Las finanzas verdes han dejado de ser atractivas. Peor aún, se han convertido en un desincentivo. Los fondos sostenibles adolecen de un defecto fatal: no cumplen sus promesas. Su rentabilidad es muy inferior a la de los fondos tradicionales.” Pero el caso más emblemático es sin duda el de BlackRock. […] Mientras que hace dos años votó a favor de más del 47% de las resoluciones medioambientales y sociales presentadas en las juntas generales de las empresas, este año sólo ha apoyado el 7%, según el Financial Times.
Defensa, la nueva inversión sostenible
En los últimos meses, sin embargo, algunos clientes han empezado a rebelarse. No por la escasa rentabilidad que ofrecen estos fondos, sino por las opciones de inversión de algunos gestores. Convencidos de la necesidad de canalizar sus ahorros -a menudo sus ahorros para la jubilación- hacia ámbitos que correspondan a sus valores o a su visión de la vida, los ahorradores no vieron con buenos ojos -por decirlo suavemente- que su dinero, invertido en fondos etiquetados como sostenibles, se invirtiera en el sector de la defensa.
En un momento de crecientes tensiones geopolíticas, la industria de defensa estadounidense trabaja a toda máquina para suministrar armas a Ucrania, Israel y, sobre todo, para consolidar su dominio tecnológico sobre China. Además de la financiación estatal, todo el sector trata de atraer la mayor cantidad posible de capital privado.
La defensa y la seguridad nacional son inversiones sostenibles, con la ventaja añadida de elevados dividendos, dicen los gestores de fondos ESG. Y empezaron a comprar Boeing, Raytheon, Lockheed Martin, etc.
Cuando descubrieron el subterfugio, algunos clientes se enfurecieron y retiraron su dinero. Pero la salida de estos pequeños ahorradores es una gota en el océano comparada con la amenaza de los grandes inversores, como los fondos de pensiones, que esperan altos rendimientos anuales, sean cuales sean sus intenciones declaradas. A ellos hay que complacer.